Yo soltaba los galgos del
viento para hablarte.
A machetazo limpio, abrí paso
al poema.
Te busqué en los castillos a
donde sube el alma,
por todas las estancias de tu
reino interior,
afuera de los sueños, en los
bosques, dormida,
o tal vez capturada por las
ninfas del río,
tras los espejos de agua,
celosos cancerberos,
para hacerme dudar si te
amaba o me amaba.
Quise entrar a galope a las
luces del mundo,
subir por sus laderas a
dominar lo alto;
desenfrenar mis sueños, como
el mar que se alza
y relincha en los riscos, a
tus pies, y se estrella.
Así cada mañana por tu luz
entreabierta
se despereza el alba, mueve
un rumor el sol,
esperando que abras y que
alces los párpados
y amanezca y, mirándote, suba
el día tan alto.
Si negases los ojos el sol se
apagaría.
El acecho del monte y del
amanecer
en tinieblas heladas y tercas
quedaría,
aunque el sol y sus ángeles y
las otras estrellas
se pasaran la noche tocando
inútilmente.
(Gabriel Zaid)
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