Apenas se detuvo el
automóvil, Lolita se precipitó
literalmente en mis brazos. Sin atreverme a admitir que ese dulce fuego trémulo era el principio de
la vida inefable a la cual, auxiliado por el destino, por fin había dado
realidad, toqué sus labios calientes,
entreabiertos con tenues sorbos salaces. Pero ella, con un estremecimiento
impaciente, apretó su boca contra la mía con tal fuerza que sentí sus grandes dientes
delanteros y participé del gusto a menta de su saliva. Sabía, desde luego, que
no era sino un juego inocente de su parte, un retozo que imitaba el simulacro de un amor inventado, y
puesto que, como dirían los psicópatas y también los violadores, los límites y reglas de estos juegos infantiles son imprecisos (...)
Extracto de Lolita, Vladimir Nabokov, 1955
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