Durante los años 80, Neil Young se dedicó al interesante
juego de despistar a todo el mundo y, a su vez, perder gran parte de sus
seguidores. Había que tener agallas para creerse a un Neil Young techno en Trans (1982), - donde, según él, intentaba
comunicarse con su hijo autista a través de la música en un disco que debería
ser calificado piadosamente como "curiosidad"-, pero es que el country de Hawks & Doves (1980), el heavy de Re-ac-tor (1981) o el rockabilly de Everybody’s Rockin’ (1983) también tenían lo suyo.
Así que su propia compañía, Geffen
Records, decidió demandarlo por no sonar a Neil Young en sus propios
discos. Éste respondió plenamente convencido de su actitud: "Que te demanden por no ser comercial después de llevar 20 años grabando discos... Me
pareció mejor que ganar un Grammy".
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