viernes, 18 de agosto de 2017

Noruega: el mejor país para ser escritor

La globalización ha dejado poco espacio para comparar las leyes de propiedad intelectual y las políticas de protección al escritor y la literatura en Europa. Los modelos se asemejan, aunque cada país destaca por algo y se distingue por su mejor o peor aplicación. Francia se tiene como modélica por su respeto a la entidad del escritor; Irlanda, como paraíso de la fiscalidad —ningún creador, ni U2, tributa por sus obras—; los nórdicos, por la promoción de la cultura. Y, en concreto, Noruega, puede presumir de tener un sistema que permite que un autor que no sea superventas persiga su sueño. No es una quimera. En el país de los fiordos se puede vivir de la literatura sin ser comercial.

Noruega, con sus cinco millones de habitantes y su devoción por la cultura, tiene las condiciones ideales para ser escritor:

—Un autor emergente puede soñar con vivir únicamente de la literatura porque las becas-sueldo del equivalente a 25 mil euros anuales son una realidad que no se da a cuentagotas.

—Un escritor consagrado, como Karl Ove Knausgård, autor de la saga Mi lucha (Anagrama), también puede ser beneficiario, y lo ha sido, de las ayudas —de hasta 50%— que concede el gobierno a través de Norla (Norwegian Literature Abroad) para la traducción de libros escritos en noruego: 499 a 46 lenguas en 2016, entre ellos, la cuarta entrega del rey de la autoficción al español y al catalán.

—Publicar resulta menos arriesgado que en otros países. El Estado tiene un programa de adquisición de libros para las bibliotecas, único en el mundo por su dimensión, por el que compra, por ejemplo, cada año 773 ejemplares del 85% de los títulos de ficción y 1,550 de los de literatura infantil y juvenil, cuando la tirada media ronda los 2,500 ejemplares.

—Los libros de papel están libres de impuestos —una rareza que en Europa solo se reproduce en Reino Unido, Irlanda, Albania, Ucrania y Georgia— e impera un sistema de precio fijo, similar al de países como España, Francia y Alemania, por el que no puede rebajarse el coste de los ejemplares hasta mayo del año siguiente a su publicación.

—La escrupulosa gestión de los derechos de autor por préstamos bibliotecarios y por copias privadas, y la educación, que ha hecho que la piratería no sea allí un problema, garantizan que cada cual cobre lo que es suyo.

—La fiscalidad de la cultura está bonificada y, como en Alemania, Austria, Portugal o Italia, se permite al escritor jubilado cobrar los royalties de sus obras sin tener que renunciar a la pensión, al contrario de lo que ocurre en países como España, Irlanda o Malta.

—Lo más importante es que existe un respeto reverencial por la cultura y el creador. Lo cual se traduce en términos económicos: 1,440 millones de euros para cultura en 2017; 85.6 millones para el sector del libro, que apenas se ha resentido durante la crisis y un impacto en el desarrollo del talento patrio y su expansión por el mundo.

"Noruega está exportando literatura. La calidad media de las letras del país es muy alta y creo que se debe en gran parte a ese apoyo que ha prestado el Estado durante muchos años", resume Jostein Gaarder, autor de El mundo de Sofía (Lumen) — con más de 40 millones de copias vendidas.

En los noventa, gracias al éxito de Gaarder, se ampliaron las fronteras de la literatura noruega. Eran internacionalmente conocidos Henrik Ibsen, uno de los padres de la dramaturgia moderna, y el polémico Nobel Knut Hamsun, autor de la novela Hambre.

Actualmente, Noruega vende al exterior mucha y muy variada literatura. Knausgård es la gran estrella. Lo acompañan, empero, Dag Solstad, ganador este año del premio de la Academia Sueca, el pequeño Nobel, y Kjell Askildsen, maestro del relato breve, son mundialmente conocidos y reconocidos. Igual que Per Petterson, Linn Ullmann, Jo Nesbø; el dramaturgo Jon Fosse; Maja Lunde, autora de Historia de las abejas (Lumen), o Maria Parr, quien recién publica Tania Val de Lumbre (Nórdica).

En una nación sumamente lectora —90% de la población lee al menos un libro al año, con un promedio de 16 títulos—, en una nación con una gran tradición de narradores y un sólido sistema de bibliotecas, apenas emergían nuevos genios literarios y los títulos interesantes eran un bien más escaso.

"Era una situación muy seria para un país tan pequeño como el nuestro con una lengua territorialmente tan limitada", explica Oliver Møystad, responsable de Ficción de Norla, en la sede del organismo en Oslo. "Había miedo de que pudiera desaparecer si no se hacía algo para potenciar la literatura, que siempre se ha considerado fuente de renovación y transmisión del idioma".

Para revitalizar las letras en noruego y esquivar la presión del imperialismo cultural anglófono, el gobierno socialdemócrata de la época estableció un programa de compra masiva de ficción contemporánea para las bibliotecas públicas que, con el tiempo, se ha ido ampliando —hoy también se concede a no ficción para adultos, ficción y no ficción infantil y juvenil, ficción traducida y novela gráfica— y que, a juzgar por la información que aporta Ingeri Engelstad, directora general de la editorial Oktober, ha logrado sobradamente el objetivo perseguido:

"En los sesenta salían solo uno o dos escritores debutantes al año. Ahora más de 60", apunta. "En Suecia y Dinamarca hay proporcionalmente menos porque no pueden arriesgar tanto", refiere Oliver Møystad, responsable de Ficción de Norla, en la sede del organismo en Oslo.

Su repercusión también ha sido capital en la industria. “Económicamente es de gran importancia”, continúa Engelstad. “Permite a los editores apostar por escritores desconocidos y publicar un mayor espectro de géneros y expresiones literarias”. 35 títulos de su sello, todos menos uno de su catálogo de ficción de 2016, pasaron el filtro de calidad del comité que decide las adquisiciones.

El Ejecutivo del país subvenciona a quienes se aventuran por el camino de la escritura y también a los autores consagrados —en 2017 concedió solo a escritores de ficción para adultos 125 ayudas por valor de más de 2.5 millones de euros, según datos de Richard Smith, responsable del secretariado del programa de ayudas para artistas—.

Pero también lo hacen las asociaciones de escritores. Y si pueden repartir cuantiosas becas para que un autor investigue, viaje o pueda dejar su trabajo para dedicarse en exclusiva a escribir un libro es porque sus fondos colectivos se nutren de derechos de autor por préstamos de libros (en 2016 el gobierno pagó 11.6 millones de euros por este concepto a los autores) o copias realizadas en universidades, empresas… (La entidad de gestión Kopinor distribuyó más de 21 millones de euros entre el colectivo). Y los que más aportan son los que más venden.

"Esperamos que haya un cambio de gobierno con las elecciones de otoño. Estamos haciendo lobby para lograr una ley del libro que asegure el precio fijo y los contratos estandarizados", dice Trond Andreassen, secretario de Asuntos Exteriores de la Asociación noruega de Escritores de No Ficción y Traductores. "Es importante defender el sistema que tenemos, que creo además que está más allá del coste", tercia Gaarder. "He ganado fuera mucho dinero que luego ha revertido en Noruega: más de 10 millones de euros en impuestos. En cierto modo el sistema, que es generoso, se paga a sí mismo".

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