Basta contemplar su retrato para admirar la belleza física de aquella mujer misteriosa, distante,
inalcanzable, con un toque de ironía en la mirada, como quien reta y a la vez
promete; dueña de sí, aunque de íntima
porcelana; ajena pero abierta a la pertenencia plena; de noble porte y
refinado gesto, terrenal, etérea,
con mármol hecha en la fina sustancia de los sueños.
Clarice Lispector
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