Aquí es donde realmente todo comenzó.
Sí, había grupos, y álbumes, antes que se insinuara lo que estaba por suceder. Efectivamente,
Black Sabbath tenía sus influencias. Pero fue sobre esta producción musical, su
debut homónimo, que Ozzy, Tony, Geezer y Bill inventaron el Heavy Metal tal
como lo conocemos actualmente.
Cualquier que se encuentre
familiarizado con el género reconocerá lo que sucede aquí, con un disco publicado
hace 50 años. La leyenda dice que el grupo se detuvo para grabar este álbum
apresuradamente, en camino a tocar en espectáculos en Alemania, y la producción
(en las manos de Rodger Bain) es prácticamente inexistente.
Pero esa es parte de la razón
por la cual el disco se ha mantenido tan bien a lo largo de los años. Se trata
de la pasión cruda. Se trata del alboroto del guitarrista Tony Iommi, dando
vueltas sobre nosotros como una bandada de buitres de pesadilla. Se trata del
sonido vocal-nasal de Ozzy Osbourne. Y, sobre todo, se trata de una colección
de canciones que nos mantienen cautivados, a la fecha: el blues dispéptico de “The
Wizard”, la deriva del paisaje onírico de “Behind the wall of sleep”, la
misteriosa “NIB”.
Pero, sobre todo, se trata de
la canción principal. Si alguna vez nos encontramos con alguien que nunca haya
escuchado una nota de Heavy Metal, y nos piden que explicación, simplemente hay
que subir el volumen y tocar el tema “Black Sabbath”, porque esta es la perfecta
definición del género. No se necesita decir ni agregar nada más. Todo el metal
está contenido en esta notable pista.
Todo, desde entonces, se ha basado en lo
que Black Sabbath hizo aquí. Siniestro, claustrofóbico, abrumador, triste,
lento... estamos ante un culminante tour
de force. Es la canción de apertura en el primer álbum de los Antepasados del Metal.
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