El deseo irrefrenable,
sólo
aparentemente insensato,
atraviesa y derrota
cualquier argumento,
despedaza los
propósitos
en su contra.
Tratar de domesticar
lo indomable
es más bien
estúpido,
dejemos que se vista
como le apetezca:
tierno y acaramelado,
desvergonzado y pornográfico,
pudoroso y torpe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario