"El vaso de tiempo", de David Huerta | José Homero
No hay oficio tan arduo como el de poeta; y no porque sus
tareas sometan a la inclemencia; fuerza física o jornadas extenuantes
requieran, sino porque aunque muchos escuchen el llamado, cuando se decide a seguir
la voz oculta entre las frondas, poco hay más allá del impulso emotivo, de las
palabras rudamente aprendidas. ¿Cómo se forma un poeta? ¿Cómo se aprende
poesía? No son cuestiones idénticas sino gemelas; dioscuros de un enigma
siempre latente.
Para el aficionado, para esa ave en extinción llamada lector
de poesía, acaso basten las poéticas, donde cada autor busca tamizar la energía
mediante el prisma de su propia escritura. En los mejores casos, podemos
atisbar en dichas reflexiones la vibración irisada de la realidad; la luz
cenital bañando las rocas del mundo diario, encendiéndolas como huevos de una
criatura mítica.
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