La feroz erupción de la
percusión de doble patada que pone en marcha a Overkill, la pista de apertura del segundo álbum de Motörhead,
todavía envía escalofríos a través de la columna vertebral.
Con dos finales falsos (un
truco probablemente sacado de Status Quo), Overkill
fue una introducción apocalíptica para una colección de diez canciones que
envió temblores por el mundo del Hard Rock. ¿Era Motörhead un grupo de hard
rock, o era un grupo punk? Incluso podría proponerse que fueron responsables de
propagar el asalto de Thrash Metal que se hizo popular varios años después.
Empero, el trío no era
ninguno de ambos. "Éramos un grupo de blues, aunque tocamos a mil millas por
hora", afirmó Lemmy Kilmister, el bajista que había sido juzgado demasiado
salvaje incluso para Hawkwind. Basta escuchar “(I won’t) pay your price”, “No class”
y “Damage Case” para comprender a lo que nos referimos.
Jimmy Miller, de la fama de
los Rolling Stones, fue quizá una elección inusual para producir el álbum,
aunque a pesar de todas las cualidades del disco, la claridad, la pesadez y las
cualidades propulsoras que hizo el grupo, completadas por el guitarrista 'Fast'
Eddie Clarke y el formidable Philthy 'Animal' Taylor en la batería: sonido
claustrofóbico, malgastado, irritable y gloriosamente sin lavar. Todas ellas,
por supuesto, características que estaban en la vida misma.
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