“Me puse las manos en bocina, como Tarzán en
la selva, y grité de una acera a la otra: «Maeeeestro». Ernest Hemingway
comprendió que no podía haber otro maestro entre la muchedumbre de estudiantes,
y se volvió con la mano en alto, y me gritó en castellano con una voz un tanto
pueril: «Adioooos, amigo». Fue la única vez que lo vi”.
- Gabriel García Márquez
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