domingo, 19 de junio de 2011

Oír no es fácil...

Me ha pasado, ¿por qué no?, que, algunas veces, oír cansa. Oír no es fácil. Hay no pocas ocasiones en la que, además, duele. A veces, dadas todas las condiciones de caso, simplemente no se puede oír. Vaya que cuesta el oír. Vgr: con checar los precios de los CD basta y sobra. Algún rockero llegó a sugerir que se captara el audio "sintiendo las vibraciones en la panza". Así es, qué remedio, se tiene oído…

Hay momentos clave en la historia. Tal y como el que nos proporciona T. W. Adorno. Él nos puso en alerta, precisando que se debía tener más que cuidado con la canción que se oye a sí misma, que nos ahorra el trabajo de oír. Se puede recordar. Silbar. Mas no necesariamente oír. Adorno, a pesar de todo, nos recuerda que la alerta debe seguir en pie: cuidado con dejar de oír.

Ejercer la lectura sobre música es una doble actividad intrínseca: se acompaña así, excelsamente, la aventura de la audición. La crítica musical es para oír no sólo más sino, además, mejor. Lo malo, empero, es que no todo lo que se escribe sobre el particular termina siendo de utilidad.

En el caso del rock existen diferentes tipos de (pre)textos para no oír las canciones. Uno de ellos, la nostalgia, que nos hace creer que basta con oír una sola vez…y ya; la erudición que teje telarañas y telarañas de ideas y nombres en las que queda atrapado el oír.

Otro elemento adicional en estos (pre)textos es el dogmatismo, mismo que pasa a substituir idea por oído. Finalmente, un factor no de poco peso: la lectura de las listas de popularidad como fiel termómetro, con dos vertientes/lecturas: "Si es popular es bueno" y "Si es popular es malo". 

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