"Pudimos haber seguido de
largo, pasar uno al lado del otro, pero no sucedió así: nos vimos, nos
reconocimos. Probablemente porque la calle, ese tramo de la calle, a pesar de
la hora, en ese momento quedó desierto. Probablemente también porque, aunque no
estaba escrito en ninguna parte —después de todo— teníamos que
encontrarnos."
Es el comienzo del cuento "Infinitas
maneras de medir el tiempo", en Extraños
de ánimo, de Alejandro Stilman.
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