Podría decirse que Harry Nilsson fue un problema desde el
principio: mucho antes de que se hiciera evidente que consideraba tener talento para quemar no como un
regalo, sino como una incitación a la piromanía.
Si hay una imagen de Nilsson fija en la imaginación del público, es la que está
en la portada de su álbum más vendido, el Nilsson
Schmilsson, de 1971: una imagen
borrosa de él luciendo como malas noticias en una bata de baño, desaliñado
y mirando fijamente al vacío. Prácticamente se puede oler la resaca.
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