lunes, 20 de noviembre de 2017

Triste oficio...

Los correctores de estilo, como los árbitros del futbol, no son los ídolos de nadie pero sí los niños de azotes de muchos. Triste oficio, el de enderezar los yerros de aquellos que se supone que, al escribir, deberían procurar los aciertos. Y dura condición, la de quien debe leer obligado (la labor es tan ingrata que prácticamente no hay correctores de estilo voluntarios, sino casi solamente empleados o mercenarios) y llevarse, a cambio de muy pocos pesos, los gritos y embestidas de autores megalómanos, desdeñosos o confusos —pero siempre tercos—, incapaces todos, en cualquier caso, de entregar sus escritos tal y como es debido. Y de revisarlos a cabalidad. Y de consultar diccionarios. Y de…

(Fragmento de "Emborronados", artículo aparecido en el número de noviembre de la Revista de la Universidad de México)

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