El alcohol, la heroína y toda
sustancia química conocida pasaron por las venas de Eric Clapton, amenazándolo con un fin prematuro, hundido en el
olvido y en los bajofondos de una personalidad débil frente a las adicciones. En su autobiografía, Clapton, (Global Rhythm, 2010), el
músico da cuenta con pelos y señales de ese rumbo aterrador en el que estuvo
sumida su vida durante varios años. Fue en los
años 70, con una novia llamada Alice,
cuando Clapton tocó fondo: "No tardé en empezar a tomar cantidades industriales
de heroína todos los días y mi dependencia era tan fuerte que Alice me
daba prácticamente cualquier cosa que pudiera conseguir, mientras ella tenía
que compensar toda la heroína que se estaba perdiendo con litros de vodka, hasta dos botellas por día".
Y más: "Las puertas
permanecían cerradas, el correo sin abrir y vivíamos gracias a una dieta de chocolate y comida basura, así que muy pronto,
además de engordar, me llené de granos y perdí completamente la forma. La
heroína también me quitó por completo la libido,
así que no tenía ninguna clase de actividad sexual y empecé a sufrir
estreñimiento crónico".
El alcohol, compañero de aventuras desde su juventud,
también jugó un papel importante y Clapton, que contrajo epilepsia a causa de
su adicción al trago, varias veces estuvo a
punto de volverse loco por su manera de beber. Era un hombre que hablaba
solo y caminaba desnudo por el
jardín de su casa, un músico eficaz aunque doliente, que se resistía a aceptarse
como alcohólico y que "bebía una copa para desterrar los problemas" y cuando
éstos no desaparecían, se tomaba otra.
"Así que el final de mis días de
borrachera fue una auténtica locura. A menudo tenía una botella pequeña de
vodka bajo la alfombrilla de los pedales del coche", cuenta el virtuoso
guitarrista.
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