Una novedad del pasado
por Juan Villoro
(a José Agustín)
El miércoles 6 de junio de 1962, George Martin recorrió un arbolado barrio de Londres hasta llegar a
un sitio que parecía la residencia de un dentista. En la apartada calle de Abbey Road estaban los estudios de EMI. El recorrido era habitual para
Martin, que había entrado a la compañía en 1950. Ese día iba a escuchar a unos músicos de Liverpool dispuestos a
cambiar un dedo meñique por un autógrafo de Elvis Presley.
Como tanta gente formada en la música clásica, Martin no esperaba mucho del rock y
debía su reputación a haber grabado a cómicos como Peter Sellers. El rostro
patricio y el elegante trato de Martin hacían pensar en un miembro de las
elites británicas; sin embargo, el productor provenía de un ambiente proletario
y en tardes de apuro su padre había sido vendedor de periódicos. Cuando el
infatigable promotor Brian Epstein
le pidió que oyera a The Beatles,
Martin aceptó con el fin de que su teléfono dejara de sonar. Escuchó una cinta
y alzó la ceja del escepticismo; sin
embargo, sintió un cosquilleo en la oreja.
Citó al grupo para grabarlo por su cuenta y analizar su
potencial. Las voces eran buenas, pero ninguna destacaba y la compañía buscaba
a un solista al estilo de Cliff Richard. Además, el repertorio era extravagante
(el grupo insistía en cantar "Bésame mucho", de la mexicana Consuelo
Velázquez), y el baterista, Pete Best,
no tenía mérito mayor que cautivar a las chavas en "La Caverna", de Liverpool.
Martin oyó el material con el grupo. "¿Hay algo que no
les guste?", preguntó. "Para empezar —dijo George
Harrison—, no me gusta tu corbata." Así se cerró el trato entre dos
concepciones de la música. La explosiva espontaneidad de los Beatles encontró a
un riguroso cartógrafo de los sonidos.
Cuando el cuarteto se separó, Martin ya tenía el aura mítica del Mago de Oz.
Hace unos días, el hombre que mostró el valor musical de
un peine frotado con un papel en Sgt.
Pepper’s llegó a las oficinas de EMI en México para presentar un disco que
ya parecía imposible: Love, recreación del sonido Beatle con el
sistema digital 5.1 para el espectáculo del Cirque du Soleil en Las Vegas. A los 80 años, Sir George no ha
perdido su porte altivo, pero escucha con dificultad. Su hijo Giles, de 36
años, trabaja como su coproductor, su experto en tecnología digital y su
intérprete ante las cosas que oye a medias. Love
es la última escala del explorador
sonoro.
Nuestro encuentro tuvo la emoción adicional de los
severos dispositivos de vigilancia. Teléfonos celulares, agendas electrónicas y
otros mínimos cacharros fueron confiscados. Además firmamos un contrato que nos
comprometía a no revelar nuestra impresión hasta el 1º de noviembre. Las
medidas de seguridad son la molestia de un mundo donde nada se globaliza mejor
que la amenaza. En este caso tuvieron la virtud de hacernos sentir como
competidores de George Martin, dispuestos a lograr una reducción pirata de su galaxia sonora.
Durante tres años, el productor regresó a los estudios de
Abbey Road para escuchar cada una de las pistas grabadas por los Beatles. No
deseaba hacer una antología de la música más célebre del siglo XX, ni
restaurar con nostalgia lo que hace 40 años fue inaudito:
"Armé las pistas como si los Beatles tuvieran otra vez 20
años y enfrentaran por primera vez la tecnología de grabación". El resultado es
tan asombroso como lo clásico que se vuelve inédito. Ciertas canciones ("I Am
the Walrus", "A Day in the Life") revelan que fueron concebidas para recursos
de grabación que sólo ahora existen. Otras incluyen variantes que no aparecían
en las versiones originales: los descartes destinados al museo del ruido
cobraron actualidad ante una más compleja textura musical. Es algo lo que se
aumenta, pero también lo que se borra: por primera vez se mitiga al público de Shea Stadium y se oye en forma nítida a
los Beatles en vivo. Salvo una sirena de ambulancia, unos pájaros incidentales
y algún trueno, los sonidos provienen de lo que el cuarteto hizo en sus ocho
años y medio en Abbey Road. Lo más significativo es que no se trata de un triunfo de la técnica sino de la música. En Love,
los Beatles no regresan con nuevos efectos: regresan con nuevos sonidos.
El desenfado musical de los Beatles fue un peculiar
ejercicio de inocencia. Una vez establecida su reputación, resulta difícil
volver al momento en que eso no existía. ¿Puede Paul McCartney componer con la
frescura de quien no tiene trayectoria? Difícilmente. En cambio, el productor
que conoció a los Beatles cuando no eran otra cosa que unos improvisados
alborotadores, puede acercarse mejor al momento en que el grupo estaba hecho de
silencio y de futuro. Love representa un paradójico
“aprendizaje de la inocencia”. No es causal que, cuando la obra se estrenó
en Las Vegas, Paul le haya dicho a Sir George: "Siento que fue otro quien
escribió eso". El productor le respondió: "Me acuerdo del trabajo en el
estudio, pero tampoco siento que me pertenezca". El valor secreto de esa música
es que resulta novedosa para los iconos
que la crearon.
Al revisar las pistas, Martin revivió 40 años con los
Beatles. El recuerdo que más le quedó grabado fue la visita que George Harrison
le hizo en el hospital, hace algunos años. El guitarrista le llevó un elefante
de la India, lo colocó en el buró y dijo: "El te cuidará". George murió antes
que el productor que usaba sospechosas corbatas y se convertiría en el guardián
de sus sonidos. El elefante sigue en la mesa de Martin.
Una pregunta inquietaba a las 50 personas que el promotor
Camilo Lara reunió en las oficinas de EMI: ¿habrá
otro disco de los Beatles? George Martin respondió como lo hubiera hecho un
budista: "A estas alturas, pedir más sería avaro".
Los tesoros están completos.
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