El órgano es una cosmogonía.
De ahí sus resonancias metafísicas, ausentes de la flauta y del violoncelo,
salvo en la expresión lírica y las vibraciones infinitamente sutiles. En el
órgano, lo absoluto se interpreta a sí mismo. De ahí la impresión que nos da de
ser el instrumento menos humano y de tocar siempre solo.
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