Internet ha matado al bootleg físico. Aun así los bootlegs continúan fascinando a los coleccionistas lo mismo que al
incondicional seguidor de la música. Vulture.com, por ejemplo, echa un vistazo a la
historia de estos maravillosos documentos musicales - aunque altamente ilegales.
En 1994, el escritor de rock británico Clinton Heylin
publicó su libro Bootleg: The Secret
History of the Other Recording Industry, an entertaining history of the illicit
form. En 1969, un montón de cintas caseras y en concierto de Bob Dylan, fueron
vendidas con una portada blanca bajo el título Great White Wonder.
Heylin pinta un retrato
divertido de los practicantes y las contradicciones del contrabando: "La piratería,
por su propia naturaleza, califica como crimen desorganizado... nunca hubo una
conspiración, o un 'Mr. Big' que opere en la zona crepuscular de una insaciable
demanda con mucho placer y un mínimo de ganancias.”
Heylin cita al contrabandista Lou Cohan: "La
cifra que dieron en el momento de mi arresto, en 1976, de que confiscaron 250
millones de dólares, 'valor de los bootlegs, es totalmente ridícula. Manufacturaba
entre 2,500, 3,500, como máximo cuatro mil piezas de un bootleg de un artista en particular y vendiéndolos al por mayor...
a lo sumo por $1.50 cada pieza".
Empero, cuando el libro de
Heylin salió a la luz, su tema ya estaba desactualizado:
a partir de finales de los 80 y llegando hasta los 90, las reediciones de CD y sets de cajas de sellos como Rhino eran
impelidos por rarezas y outtakes lo
mismo que por versiones limpias de viejos álbumes y singles.
No es coincidencia que
Presley y Bob Dylan sean dos de los
artistas más pirateados de todos los tiempos, con una plétora de sesiones
inéditas de estudio y shows en vivo
ampliamente intercambiados.
Hoy en día, por ejemplo, las bóvedas de Presley han sido completamente exhumadas por RCA, incluyendo un montón de material
dirigido específicamente a coleccionistas
que devoran los bootlegs.
Hoy en día, la sola idea de
un bootleg (tomas falsas y grabaciones en vivo en prensas de mala calidad que
cuestan, en muchos casos, el doble del precio de un álbum regular) resulta por demás pintoresca. Máxime en una época en la que hay mucho material disponible en línea de
manera gratuita, o no.
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