Incluso durante su fase
formativa en 1978, el pop-punk no
era simplemente una versión más ligera, más
apetecible del punk. Era igual de rebelde, sólo que se rebelaba contra el punk mismo: su nihilismo, su pose de chavo malo,
su burla de la melodía, su desprecio por el sentimentalismo y, sobre todo, su
seriedad.
En cierto modo, el pop-punk se
convirtió en su propio tipo de post-punk, no por ser experimental o
vanguardista, sino por atreverse a expresar inocencia, frivolidad, romance y
diversión. Algunos pop-punks eran estudiantes de arte; algunos eran chavos de
la calle.
Algunos querían ser estrellas
de rock, mientras que otros querían llegar a casa temprano. Lo que unió a
estos pioneros no intencionales fue el deseo de ver al punk crecer más allá de su estrechez y
autonegación en algo más universal.
Y, por supuesto, cantar algunas
canciones de amor en el camino. "Lo único que tengo contra el punk es este
concepto de no emoción", dijo Billy
Idol en 1978.
Como se relata en el libro de George Gimarc, Punk Diary: 1970-1979:
"Seguramente la música debería estar sonando con emoción". En 1978, el
pop-punk triunfó exactamente con eso.
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