miércoles, 20 de julio de 2011

Coleccionando discos...


Nunca podré comprarme todos los discos que quiero. Seguro estoy de ello. Así es, tristemente, para mí. Años y años de coleccionar música para quedar insatisfecho. Por principio de cuentas, no tengo el capital para ello – menos aún con la miseria que gano en mi empleo. En el camino, además, podría correr peligro – y serio – Dylan, mi hijo. (En este momento, por ejemplo, ni siquiera es candidato a una herencia cuantiosa por parte mía. Salvo, claro está, si integramos mi colección musical, literaria, biblio-hemerográfica). Ante este escenario sólo hay dos certezas: la enunciada al principio de estas líneas y, la complementaria, mi colección musical sea malbaratada – con toda certeza – para cuando mi muerte se concrete.




Mi problema es serio, lo sé. Mi dilema, mayor aún. Los discos que quisiera tener siguen y siguen en orden progresivo, infinito, incesante y cruelmente. Los que coleccionamos discos saben de lo que hablo. Las matemáticas no me dejaran mentir. Por si esto fuese poco, las posibilidades de ganarme la lotería son marcadamente improbables.


Esto, en consecuencia, me pone a pensar en lo que harían no pocos en el caso extremo de sacarse la lotería. Poniéndome, imaginariamente, en los zapatos de ellos me atrevo a suponer una baraja de opciones: televisores de plasma, autos, joyas, familiares “oportunos”, viajes, putas… Imposible que alguien contemple incrementar su catálogo musical. ¿Verdad?



Mis proyecciones se concretarían y reducirían al espectro del LP, por ejemplo. Adquirir discos en dicho formato día tras día. Cruzar de uno a otro continente con el fin de adquirir la tan ansiada joyita. Recorrer cuanta tienda de discos (de remate o no, en uso o no, bazar, etc) se me atravesara con el exquisito y único fin de acceder a lo nunca antes tenido. Simple y no a un mismo tiempo.


Acceder completamente a catálogos de grupos, bandas y solistas escuchados, mencionados, referidos, leídos, comentados… Todo ello con el fin de adquirir el acetato de caso. Mejor dicho, los acetatos de caso. Tantos y tantos que significasen, idealmente, una riqueza incalculable para hipotético heredero. Asimismo, darse el tiempo necesario, obligado para catalogar toda esa colección. Ordenarlos. Limpiarlos. Colocarlos con la delicadeza y el buen trato a que se hacen acreedores. Escucharlos, atentamente, mientras se reproducen en el tornamesa.


Si para entonces algo de tiempo me queda entre manos, sólo entonces, probablemente, empezaría a gestar en mí la idea de aspirar a un bien material distinto como lo son casa, coche, juergas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario