"Yo entré en la Escuela
de Filosofía y Letras, que entonces estaba en Mascarones, y allí la conocí. Ni
yo le gustaba a ella, ni ella me gustaba a mí; ni yo le simpatizaba, ni me
simpatizaba ella. A Julia le gustaban los hombres esmirriados y muy cultos, así
que me consideraba un ingenierote bajado del cerro a tamborazos. Yo, por mi
parte, pensaba que a ella le faltaban pechos, le faltaban piernas, le faltaban
nalgas y le sobraban dos o tres idiomas que ella creía que hablaba a las mil
maravillas".
Jorge Ibargüengoitia
Fragmento del cuento "La vela perpetua", incluido en su libro La ley de Herodes (1967).
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