“...Había vuelto a hablarle, había vuelto a
ser su mujer sin entusiasmo y sin ira. Ya no lo quería. Pero ya no sufría. Por
el contrario, se había apoderado de ella una inesperada sensación de plenitud,
de placidez. Ya nadie ni nada podría herirla. Puede que la verdadera felicidad
esté en la convicción de que se ha perdido irremediablemente la felicidad.
Entonces empezamos a movernos por la vida sin esperanza ni miedos, capaces de
gozar por fin todos los pequeños goces, que son los más perdurables…”
- María Luisa Bombal
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