Leonard Cohen siempre fue desconcertante. En 1967, Judy Collins le pidió que tocara en el
Ayuntamiento, en Nueva York, en un concierto contra la guerra de Vietnam. La
idea era que haría su debut en el
escenario cantando "Suzanne", una de sus primeras canciones que
Collins había convertido en un éxito después de que se la cantara por teléfono.
"No puedo hacerlo,
Judy", le dijo. "Me moriría de vergüenza".
Empero, Collins lo engatusó. Esa
noche, desde los bastidores, pudo ver a Cohen: "sus piernas temblaban
dentro de sus pantalones", estaba
en problemas. Llegó a la mitad del primer verso y luego se detuvo y
masculló una disculpa. "No puedo continuar", dijo, y se alejó hacia
los bastidores.
Cohen apoyó su cabeza sobre
el hombro de Collins mientras ella intentaba que respondiera a los alentadores
gritos de la multitud. "No puedo hacerlo", dijo. "No puedo
regresar".
"Pero lo harás",
dijo Collins, y, finalmente, accedió. Salió, con la multitud vitoreando, y terminó de cantar "Suzanne"
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